Acaba el curso. No os descubro nada si os digo que ha sido un año escolar tremendamente atípico. Y aunque la capacidad de adaptación de la gran mayoría de los niños a un entorno tan difícil como el que hemos vivido estos meses ha sido admirable, lo cierto es que era fácil percibir en ellos un cansancio acumulado muy superior a cualquier otro año.
Las omnipresentes mascarillas, las burbujas, la distancia, el no poder jugar a muchos de sus juegos preferidos, el gel desinfectante, la incertidumbre ante la noticia del contagio de alguien próximo, los estrictos turnos en el comedor, las ventanas de la clase abiertas todo el año hiciese frío o calor… y aún con todo, las mismas ganas de aprender, las mismas ganas de pasárselo bien, las mismas sonrisas (ocultas tras la mascarilla pero igualmente perceptibles).
Y llegan las vacaciones. Se las han ganado a pulso. Se las merecen más que nunca. Dejar atrás todos estos meses tan complicados. Hacer, en definitiva, lo que mejor saben hacer nuestros niños: disfrutar.