Leer un texto implica comprender su significado. La simple descodificación del texto, por la cual identificamos desde las unidades lingüísticas más simples (letras, sílabas) a las más complejas (palabras, frases), no es suficiente. La comprensión lectora requiere construir el sentido más allá de las palabras y ello no es fácil. De hecho, comprender un texto escrito es uno de los procesos neurológicos más complejos que existen y uno de los grandes retos a los que se enfrenta el niño a la hora de aprender a leer.
Es muy común, en las primeras etapas de aprendizaje de la lectura, que el niño sea capaz aparentemente de leer con relativa soltura textos de relativa extensión pero que al ser preguntado sobre el sentido de lo leído el niño no sea capaz de responder apropiadamente. El proceso mecánico del reconocimiento y descodificación del texto es un primer paso imprescindible pero que debe ser complementado con el desarrollo de habilidades propias de comprensión lectora que permitan al niño entender lo que está leyendo. Sólo entonces podremos decir que el niño sabe leer.
Diversos elementos pueden facilitar (o dificultar) la comprensión de la lectura del niño: desde el tipo o tamaño de la letra, el tipo de texto o la complejidad del vocabulario y estilo empleado. Pero, en líneas generales, estos factores externos son menos relevantes que la propia capacidad y habilidad del niño para prestar atención al significado del texto.